Las plagas de palomas suponen un riesgo para la salud y la devaluación de las propiedades. Sus desechos pueden provocar más de 40 enfermedades y son portadoras de más de 50 ectoparásitos externos que pueden transmitir tanto a las personas como a los animales: garrapatas, piojos, ácaros, chinches, sarnilla…
Debido a la acumulación de excrementos puede llegar a desarrollarse la salmonella. La inhalación de excrementos secos o plumas puede provocar la psitacosis e infecciones fúngicas (enrojecimiento, exfoliación, ampollas, descamación de la piel, picor…).
Anidan en azoteas, balcones, canalones, cornisas o chimeneas, y cualquier edificio puede ser susceptible de ser ocupado por estas molestas aves. Incluso llegan a romper tejas para poder anidar en su interior. El ácido corrosivo que contiene sus excrementos daña coches, ropa, pintura… Puede llegar a debilitar la estructura de los edificios.
Las palomas utilizan el propio nido para depositar sus excrementos, y se calcula que cada una de ellas puede producir unos catorce kilos de materia fecal al año. Esto hace que se abran grietas y huecos en las estructuras. El excremento de las palomas provoca un deterioro en edificios, monumentos, calles, parques, plazas…
Suelen alojarse en puntos transitados de las ciudades porque es allí donde consiguen alimento. Su fácil adaptación al medio del hombre y la rápida capacidad que tienen para reproducirse y elaborar sus nidos, provoca un gran crecimiento en el número de estas. Además, por naturaleza tienden a agruparse, a lo que hay que añadir que siempre vuelven al lugar donde nacieron.
Las palomas son una plaga común, que por sus características es difícil de erradicar. Pueden ser un problema que se tiene que solucionar lo más rápidamente posible y que conlleve un control continuo. Las palomas que más daños y destrozos generan son la paloma bravía y la tórtola turca.